domingo, 26 de diciembre de 2010

Los niños de arrupe





Kike Figaredo nació en Gijón hace 51 años, se formó como Jesuíta en campos de refugiados y ha desarrollado toda su carrera en Camboya ayudando a los más desfavorecidos, especialmente los niños.
Por las guerras sufridas, éste país quedó sembrado de minas antipersonas que, aún hoy siguen destruyendo ó mutilando vidas.
En 1991 fundó en Phnom Penh (Camboya) "La casa de la paloma". Aquí viven y trabajan niños mutilados por las bombas cuando estaban jugando en la calle, ó simplemente pasaban por allí. Disponen de unos talleres donde ellos mismos fabrican sus sillas de ruedas siguiendo el modelo Mekong, son sillas de maderas con tres ruedas que les permiten desplazarse y tener alguna oportunidad en la vida. Después fundó el Centro Arrupe, destinado a involucrar a cuanta más gente mejor y a conseguir fondos.
Tiene infinidad de premios de todo el mundo.

Diez millones de minas antipersona y bombas de racimo fueron sembradas en Camboya durante los 30 años de guerra que devastaron el país. Tan solo el genocidio de 1975 a 1979 produjo dos millones de muertes. Hoy, diez años después de que llegara la paz, las minas son todavía una cruel herencia, que no deja de provocar dolor. La mayoría de las víctimias son niños que juegan con sus amigos en el campo y tienen la desgracia de dar un paso en el lugar equivocado. Pierden sus piernas, sus brazos y SU DIGNIDAD. Se avergüenzan de sus mutilaciones porque para sus familias se han convertido en un estorbo.

A Kike Figaredo lo que le atrapó de estos niños, es que vió que la discapacidad estaba en sus cuerpos, no en sus corazones.
Se le conoce como el "obispo de las sillas de ruedas" aunque muchos opinan, que deberían llamarle "el obispo de la esperanza", porque es lo que reparte entre tanta pobreza y dolor. Además de devolver a los niños el movimiento (con las sillas), les devuelve la dignidad.
De esto saben mucho, Rattanak, Sot y Chaneng, (vídeo) que viven en Arrupe desde que sus extremidades saltaron por los aires. Como ellos, cientos de jóvenes han vuelto a aprender a caminar allí, al abrigo del cariño y de la entrega del Padre Kike.

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